Inés Herreros
Las cálidas temperaturas canarias templan, de igual
manera, los corazones de cuantas personas recalan en nuestras islas,
porque, sin excepción, el sol sale para todas y todos.
Lo mismo ocurre con los paisajes paradisíacos que
nos ofrece el archipiélago: playas kilométricas, pequeñas calas,
palmeras o parques naturales a disposición de cuantos se acerquen a sus
lugares. No importa que seas canario o peninsular, español o extranjero,
no importa que tengas una gran fortuna o sufras paro y pobreza. La
naturaleza no hace distingos.
Sin embargo, es cierto que para poder decir que se habita el paraíso, se necesita algo más que un maravilloso decorado. Hace falta contar con buenos alimentos, sanidad, educación, vivienda, buen humor y unas mínimas dosis de solidaridad.
No hay paraíso para los pobres. Y Canarias, tristemente, sabe mucho de eso.
Estas islas lloran la pobreza de más de un 38% de
nuestra gente. Con una economía basada fundamentalmente en un turismo
que enriquece a unas pocas personas, a cambio de trabajos precarios que
condenan a la miseria a miles de trabajadoras y trabajadores del sector
servicios.
Curiosamente, da igual que la ocupación hotelera
crezca cada año, porque al tiempo lo hace la desigualdad, la pobreza y
el desempleo. Y esto solo se entiende gracias a estructuras que
favorecen la concentración de la riqueza en unas pocas manos. Un cóctel,
y no un Daikiri precisamente, que se adorna con una de las menores
inversiones en servicios sociales de todo el territorio español.
Solo así se justifica, según informa Cáritas,
que siete de cada diez personas canarias no es que no vivan en el
paraíso, es que, debido a la precariedad económica, ni siquiera se
encuentran plenamente integradas en nuestra sociedad. Contribuyendo a
esto los problemas de vivienda y sanidad que afectan a un tercio de las
personas que residen en estas islas.
Canarias es mucho más que un inmejorable destino turístico, pero mucho menos que un paraíso para quienes lo habitan. Por eso, resulta apremiante revertir la tendencia ascendente de estas cifras insoportables.
Pero solo será posible mejorar las condiciones básicas de nuestra población empobrecida, con el horizonte puesto en una vida digna, si a pesar de la urgencia por sobrevivir al día a día, aunamos fuerza, solidaridad y exigencia para el cambio.
Y en esta línea son numerosos los colectivos sociales
que trabajan en tierras canarias tejiendo redes para la protección, el
cuidado y el compromiso con personas oprimidas, minorías castigadas o
barrios empobrecidos.
Dignifican nuestra tierra esas personas que se organizan en el apoyo mutuo.
Como la asociación que enseña música a chavales de barrios muy
humildes, o las abogadas y abogados que defienden a personas muy
vulnerables que carecen de medios económicos, o también las maestras y
maestros que dan clases de apoyo a chavales con problemas en la escuela, o las asociaciones de vecinos que recogen alimentos.
Aprendemos de la forma en que se organizan esos colectivos que ofrecen alternativas
a personas que son expulsadas de sus hogares, o de aquellos que se
encargan de acoger y acompañar al migrante, en la soledad a la que le
condenan las instituciones.
Ganamos mucho con el trabajo que hacen desde la red
feminista que lucha por la igualdad entre mujeres y hombres. O con el
trabajo de las personas que comparten su tiempo con los presos.
Son muchas las iniciativas que, como estas, van conformando un poso social desde el que, algún día, nacerá nuestro paraíso...