sábado, 14 de mayo de 2016

Expedientada en Lanzarote por no acabar una habitación fuera del horario laboral

Carmen Vázquez trabaja como camarera de pisos desde hace veinte años en el Hotel Riu Paraíso de Puerto del Carmen. Hace tres años se le diagnosticó una artritis reumatoide y, desde entonces, los dolores en las articulaciones aparecen todos los días como invitados inoportunos.
Como demostración, saca de un cajón de su cocina una gran cantidad de medicamentos que toma a diario, “seis o siete pastillas” para los huesos y calmantes, pero también para la ansiedad o la depresión.
Desde el diagnóstico ha estado más de un año de baja médica, hasta que el Tribunal médico le dio el alta. Habló con su jefa y con la dirección del hotel y la trasladaron de puesto, como limpiadora de zonas varias. “No es el mismo ritmo pero sigue siendo un trabajo duro”, asegura.
Sin embargo, después de casi dos años en ese puesto y tras una semana de vacaciones, la reincorporan como camarera de pisos, un trabajo muy duro en el que tiene que dejar preparadas 19 habitaciones cada día, además de algunas zonas comunes, acarrear peso, levantar los colchones, mover muebles... Dos meses después ya estaba de nuevo de baja. El Gobierno de Canarias le ha reconocido, a efectos fiscales pero no laborales, una discapacidad del 35 por ciento.
En pleno auge de la reivindicación del reconocimiento de la dureza del trabajo de las llamadas 'kellys' y de la petición de la mejora de sus condiciones, el de Carmen es un ejemplo claro de las consecuencias de este trabajo y de cómo se ha endurecido en los últimos años. En su caso, afirma que las condiciones empeoraron desde que el hotel se transformó, fusionándose con otro hace cinco o seis años, a la modalidad del todo incluido. De 15 habitaciones pasaron a tener que hacer 19.
Carmen lo tiene claro: “Yo en este trabajo ya no rindo como las demás, siempre me tienen que estar ayudando mis compañeras y lo único que hago es molestar”. Así que habló con la dirección, pero le dijeron que ella es camarera de piso y que tenía que ganarse su sueldo.
Ahora está peleando por que le concedan la incapacidad permanente por los dolores y las secuelas, pero la situación, lejos de mejorar, ha empeorado. Un día necesitaba salir para ir al médico, al forense, para que la evaluara. “Me dijeron que no había problema pero después me dicen que ya no se dan días de asuntos propios, pero no era un médico de cabecera, que puedes elegir el día”, asegura.
Ese mismo día le informan que ha sido sancionada con una falta muy grave por negarse a hacer su trabajo. La empresa alega que ella había dejado por escrito, unos días antes, que no había terminado de preparar una suite porque había finalizado ya su turno de trabajo. “Esto de negarse a no terminar una habitación no lo hace nadie, pero es que si la jornada termina, pues termina... todas regalan las horas”, señala, igual que la mayoría tampoco aprovecha la media hora de almuerzo “porque no da tiempo a terminar el trabajo”.