domingo, 14 de mayo de 2017

EL REBUZNO DE UN PODEMITA


Que los pague la Iglesia
“Si quieren curas en los hospitales, que los pague la Iglesia”. La sentencia es de Francisco Déniz, parlamentario de Canarias por Podemos. Sí, hombre, el que usó el talonario oficial y gratuito de viajes para sus asuntos particulares de partido “porque el pueblo así lo ha querido”.
A lo que íbamos. Dice el prócer: “A mí me extraña, sobre todo, porque siendo la institución médica, el colectivo médico, una institución bastante, digamos rigurosa, que trabaja, ¿no?, con toda serie de requisitos científicos, que reniega de las prácticas metafísicas y reniega de todo tipo de medicamentos y otro tipo de sanidad que no esté contrastado empíricamente, que no sea riguroso, me entiendes, ¿cómo se admite la práctica ésta en los hospitales?”. Tal cual.
“La práctica ésta” es la presencia de curas en los centros sanitarios públicos de Canarias: sacerdotes que, 24 horas al día y 365 días al año, atienden a enfermos y familiares que solicitan su presencia. Por cierto, señor Déniz, sin dietas ni complementos al estilo de los políticos, ni festivos ni nocturnidad ni fines de semana… ¡Y hasta se pagan los viajes de avión o barco con su propio dinero cuando acuden a reuniones de coordinación o de formación!
Más datos. No cobran 1.400 euros mensuales, como usted asegura, sino 945 euros, o 430 euros si se trata de capellanes a tiempo parcial. Y eso que, como mínimo, todos son licenciados. Muchos de ellos, además, con formación de tercer grado, un máster, un doctorado…
Y dos matices importantes: el Gobierno de Canarias no contrata a los capellanes hospitalarios, sino que su servicio lo regula una asignación anual fruto de un acuerdo de 1985, mandando los socialistas, que concreta el contenido de los pactos Iglesia-Estado. Y el segundo: su Seguridad Social la paga la Iglesia, no el Ejecutivo canario.Más allá de los despropósitos económicos que perpetra el desconocimiento (¿o será la falta de interés por conocer?), el fondo del tema supera largamente las competencias de un político, aunque éste se invistiese de intérprete del sentir de “la gente”. Lo que está en juego es el concepto mismo de ser humano, sano o enfermo, una cuestión que no se despacha con soflamas pandilleras.
Si una amplísima parte de la población desea que, además del personal sanitario, un religioso esté a su lado en el momento en que experimenta la radical fragilidad de su envoltorio, pues no queda otra que regular ese derecho.

Ojalá el problema de la Sanidad canaria fuera la asignación a los capellanes, cuyo trabajo –por otra parte- es bien valorado en general por la comunidad hospitalaria. Mejor nos iría si sumáramos esfuerzos para mejorar la vida de los demás, sanos y enfermos, de los que podemos curar y de los que ya sólo podemos cuidar. El protagonismo que las urnas no conceden no debe mendigarse ante los micrófonos.