SARAY ENCINOSO | Santa Cruz de Tenerife
“Mal le va al país, presa de inminentes males, cuando la riqueza se
acumula y los hombres decaen”. La frase es de Oliver Goldsmith, un poeta
irlandés del siglo XVIII, pero puede entonarse como elegía en los
tiempos que corren. Desde hace cinco años muchas personas viven en
crisis, pero no todas. Canarias lo sabe bien. Según los datos del
Instituto Nacional de Estadística (INE), la renta media no se ha
estancado. Su tendencia “natural” de crecimiento no se interrumpió en
2008, el año en que Lehman Brothers quebró y la debacle financiera cruzó
el Atlántico. Lo que sí ha cambiado es el número de personas que
malviven. Hasta antes de la crisis, el gran fracaso de las sociedades
desarrolladas había sido aprender a soportar una cota de pobreza
constante, sin reducirla. Los fracasos actuales son otros. Canarias pasó
de tener en 2008 un 26% de personas bajo el umbral de la pobreza a casi
un 32% en 2010, último año del que se tienen datos oficiales. Se estima
que en 2012 este índice llegue al 33%. Algo falla cuando la pobreza se
desboca y las rentas no caen: la desigualdad crece y la clase media
corre peligro.
Ese término difuso
En Canarias, antes de 2008, la mayoría de las personas que no podían
tener una vida decente eran las mujeres de más de 45 años. Este perfil
ha cambiado drásticamente en los últimos cinco años. Siguen siendo un
colectivo muy vulnerable, pero no el principal. La delegación de Cáritas
en Tenerife ha sido testigo de esta transformación: hoy centra la
mayoría de sus esfuerzos en los jóvenes de 28 a 35 años. Ellos, junto a
los niños, son los grandes damnificados de los desmanes de esta era.
Incremento de la miseria
La Encuesta sobre las Condiciones de Vida que realiza cada año el
Instituto Nacional de Estadísitica revela cómo los canarios cada vez
tienen menos poder adquisitivo. En 2008 el 8,8% se retrasó con los pagos
de su hipoteca, el alquiler o los recibos; en 2011, casi el 12%. Lo
mismo ha ocurrido con otros gastos: todos se han hecho más difíciles de
llevar. La mitad de la población no puede irse de vacaciones una vez al
año y el 58,5% es incapaz de afrontar pagos imprevistos.
Lo sorprendente es que, mientras todos estos índices reflejan una
sociedad cada vez más empobrecida, el número de personas que cobra más
sigue subiendo. Se trata de un aumento tenue, pero muy significativo por
el contexto. En 2007 el 13,4% de los canarios ingresaba más de 2.500
euros al mes; en 2010 este porcentaje subió al 14,2%. Lo mismo ocurrió
con los salarios superiores a 1.500 euros o a 2.000 euros: todos
crecieron. ¿Y qué pasó con la pobreza? Los estudios de Cáritas reflejan
que el número de personas situadas bajo el umbral de la pobreza llegó a
700.000. En 2005 eran 400.000.
El comportamiento de estas cifras está en sintonía con una tendencia
que muchos expertos llevan denunciando desde que se inició la crisis:
cada vez hay más riqueza en menos manos. Las clases medias y bajas se
están pauperizando a gran velocidad, mientras que las altas, lejos de
perder capacidad adquisitiva, están ganando.
Los perdedores de la crisis no solo se están quedando sin trabajo;
también sin dignidad. Ahora tienen la misión de encontrar un empleo,
pero primero han de volver a creer que pueden hacerlo. El sistema los ha
expulsado y no entienden por qué. Por eso Cáritas no solo se esfuerza
en desarrollar talleres de empleo, sino también en prestar asesoramiento
psicológico. Saben que antes de buscar trabajo hay que recuperar la
autoestima.
Futuro incierto
¿Cuáles son las consecuencias de estos desequilibrios? José Félix
Tezanos, catedrático de Sociología y fundador de la facultad de
Políticas de la UNED, lleva desde el franquismo analizando las
diferentes formas de exclusión social. Él no tiene ninguna duda con
respecto a lo que está ocurriendo: la crisis no es para todos.
Su sentencia, que tiene el aval de los datos, demuestra que el debate
ya no es solo si existe una Europa a dos velocidades o no, sino que
dentro de las comunidades autónomas ya hay varias velocidades. La
distancia entre la clase alta y la baja es cada vez más grande.
“Vivimos en un momento de indignación sorda. Menos del 25% de los
jóvenes españoles tiene un trabajo con un sueldo que ronde los 1.000
euros. Se habla de generación perdida porque hay una generación
perdida”, explica Tezanos, para quien esa desafección y ese enfado
silencioso terminarán derivando en conflictos sociales y muchísimo más
malestar político. El colchón familiar y la economía sumergida no podrán
contener esta situación eternamente.
Así y todo, pese al negro horizonte que se vislumbra, todavía hay
espacio para la solidaridad. Las historias que observan los miembros de
Cáritas en Tenerife lo demuestran. Hay mujeres que consiguen trabajo a
jornada completa y comparten este lujo con una vecina. O señoras que
encuentran un empleo y hacen malabares para ahorrar 200 euros con los
que ayudar a otra persona.
El responsable de la entidad en la Isla, Leonardo Ruiz, que está
acostumbrado a las tragedias cotidianas, no deja de sorprenderse: “Estos
gestos vienen de la gente que más lo necesita”. De hecho, muchos de los
contribuyentes de Cáritas son pensionistas o personas con sueldos
bajos, que solo pueden permitirse pequeñas aportaciones.
Toda esta solidaridad siempre será necesaria y bienvenida, pero no
hay que olvidar lo que dijo el economista Adam Smith, también en el
siglo XVIII: “Ninguna sociedad puede ser feliz si la mayoría de sus
ciudadanos son pobres y desdichados”.